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Vivir en un país en el que a mediados de septiembre no se sepa aproximadamente lo que va a ocurrir el día de Año Nuevo no es tranquilizador. Y menos si los puentes entre las dos posiciones son intransitables o están rotos

Hoy por hoy no hay fusible. Dos mundos se dirigen al enfrentamiento sin que intermediarios conocidos estén trabajando para evitar el choque. En todo los conflictos hay una línea de comunicación que no se rompe, por muy delgada y frágil que sea, dispuesta siempre a llegar a un acuerdo. Rajoy no se mueve y Oriol Junqueras tampoco. Digo Oriol Junqueras porque es quien ayer invocó la desobediencia civil, a lo Martin Luther King, y quien determina la política del Govern respecto a la votación del 9 de noviembre. El president Mas dejó de tener autonomía política la misma noche que perdió doce escaños y, a pesar de todo, decidió seguir al frente del Govern como si hubiera obtenido aquella mayoría “excepcional” que había pedido en las elecciones del 2012.
Un gobierno sin mayoría parlamentaria se debe a los socios que le dan apoyo, explícito o implícito, para las líneas maestras de su programa y para cualquier petición que venga del que impone las reglas de juego. Junqueras, ciertamente, está jugando con inteligencia su baza política que consiste en que se vote el día 9 de noviembre, sea o no dentro de los parámetros legales. El president Mas es un mero instrumento de la sagacidad política de Junqueras, que ha conseguido mandar en el Govern y, al mismo tiempo, ser proclamado líder de la oposición. Insólito en Occidente.
Aunque sea un poco tarde, convendría que saliera algún Amadeu Hurtado, que nos cuenta en su dietario del 29 de julio al 15 de septiembre de 1934, Abans del sis d’octubre, sus esfuerzos para evitar el desastre del 6 de octubre. El Gobierno Samper quería salvar la cara y el Govern Companys, también. Pero no hubo manera. Se retocaban algunos aspectos, nada sustanciales, de la Llei de Contractes de Conreus, de tal manera que todo quedara igual en lo fundamental cambiando algunos puntos del redactado.
Hurtado llega a Barcelona con la solución y Companys no quiere saber nada. “Los rebré a tiros, si convé”, le espeta al abogado mediador. El resto es historia sabida. Todo paralelismo entre hoy y hace ochenta años es inútil. Pero es parecida la actitud de los dos gobiernos en no ceder ni un gramo en sus posicionamientos.
Rajoy nos dice que tiene preparadas todas las medidas necesarias para impedir la consulta. No sabemos de qué se trata ni cómo utilizará los instrumentos del Estado para la prohibición. ¿Habrá fuerza? ¿Suspenderá la autonomía? ¿Inhabilitará al president y a su gobierno? Ninguna de estas opciones es deseable. Ni para España ni para Catalunya. En su día expresé la opinión de que si Rajoy hubiera pactado con Mas la celebración de un referéndum hace dos años se habría podido clarificar la situación mucho antes y no habríamos llegado a la construcción de dos mundos que no desean siquiera encontrar un punto de encuentro.
Estos dos planos contrapuestos se observan a diario siguiendo las televisiones con sede en Madrid y la televisión oficial catalana. Lo que se decía ayer por la mañana en TV3 y la euforia con que se desgranaban los más pequeños detalles sobre las consecuencias de la confesión de Jordi Pujol daban la impresión de que la conciliación es imposible. La novedad respecto a tiempos pasados en cuanto al ya viejo conflicto entre España y Catalunya es que la propaganda no la hacen solamente los gobiernos, sino que la realizan miles, quizás millones, de ciudadanos que han abierto una brecha en el debate público que está cambiando las relaciones entre gobernantes y gobernados.
El president Mas da síntomas de cansancio político y de querer encontrar una salida en el actual clima de enfrentamiento. Pero Oriol Junqueras o alguien en su nombre sale apresurado para sostenerle con las muletas de la consulta. El lunes decía Mas que de qué serviría una Catalunya independiente si no la reconociera nadie. Una pregunta que seguramente muchos catalanes se formulan al ver que el aislamiento internacional de Artur Mas es un hecho incuestionable. Se dirija donde se dirija, hable con quien hable, no recibe ni una palabra de aliento de la Unión Europea, de los grandes o pequeños estados europeos, de Estados Unidos, de Rusia, China o Israel. No creo que el vínculo del Barça con Qatar sea de gran utilidad en estos momentos.
Vivir en un país en el que a mediados de septiembre no se sepa aproximadamente lo que va a ocurrir el día de Año Nuevo no es tranquilizador. Y menos si los puentes entre las dos posiciones son intransitables o están rotos.
No se trata de recuperar tópicos como las vías tercera o cuarta. Es más bien cuestión de imponer la vía escocesa, que pasa por el pacto previo que ha conducido al debate que estamos contemplando estos días desde Edimburgo y Londres. Cuando el 18 de septiembre del año pasado el presidente Rajoy leyó en los periódicos que se había acordado sin su conocimiento fecha y pregunta en Catalunya, no cabía esperar la mano tendida. Los portazos tienen siempre consecuencias inesperadas, tanto en la vida civil como en la política.
El llamado proceso se ha cobrado ya bastantes víctimas en campos muy variados. La última de ellas, quizás la de más calado social, político y moral, es la del expresidente Pujol, que no puede ni salir de su casa y prepara su defensa como consecuencia de su insólita confesión.