«Un nacionalista jamás comprenderá que no se sea más que otro tipo de nacionalista, opuesto y rival. Pero, frente a la sinrazón nacionalista, hay que defender la posibilidad de declararse agnóstico, ateo, descreído, de negar que una nación deba forzosamente odiar a otra, que cualquier identidad nacional sea construida frente y contra el diferente, sea opresor u oprimido. Es más, puede que el nacionalismo fuese un germen de libertad y revolución durante buena parte del siglo XIX europeo, pero a lo largo del siglo XX no fue más que el absceso infectado que dio origen a las peores ideologías y que justificó parte de los más abominables crímenes de la humanidad. Y verlo asomar ahora de nuevo su cabeza de serpiente no puede más que asquearnos y atemorizarnos a los que nos imaginamos lejos de su influjo.»
Nacional(ismos) (La Vanguardia, 4 de noviembre de 2018)