GeneralOpinión

Los catalanes no son separatistas recalcitratantes. Muchos no admiten la secesión, y especialmente un movimiento unilateral hacia la secesión. Muchos se identifican con Cataluña y España. Pero el conflicto entre los partidos nacionalistas catalanes y el gobierno central puede empujar incluso a los catalanes ambivalentes hacia la independencia (Washington Post, 11 de octubre de 2017, traducción de Francesc Trillas)

La semana pasada tuvo lugar en Cataluña un controvertido referéndum sobre si se debía separar de España. La votación fue acompañada de una dura actuación policial que puede haber evitado que algunos catalanes votaran. Sin embargo, el gobierno regional de Cataluña declaró que más del 90 por ciento de los catalanes había votado por la independencia -aunque el Tribunal Constitucional español había decidido que el referéndum era ilegal.

Estos acontecimientos -y en particular los disputados resultados del referéndum- crean la impresión de que los catalanes claman por la independencia. Pero esto no es cierto.

La encuesta más reciente del Centro de Estudios de Opinión (CEO) del gobierno catalán, que se realizó en julio, mostró que sólo una minoría de catalanes (35 por ciento) apoyaba la independencia.

Antes de 2010, era extraño que más del 20 por ciento de los catalanes apoyaran la independencia. Después de 2010, el apoyo se incrementó por dos motivos. Primero, la Gran Recesión apareció, dando lugar a un paro generalizado. En segundo lugar, el Tribunal Constitucional recortó una reforma del estatuto de autonomía de Cataluña (el equivalente a su constitución) a petición del Partido Popular conservador de España. En 2013, el apoyo a la independencia alcanzó su máximo al 49 por ciento. Pero desde entonces, el apoyo a la independencia ha disminuido, cayendo por debajo del 40 por ciento del último otoño.

De hecho, en la encuesta más reciente, el 76 por ciento de los catalanes en realidad se identifican con España. En otra encuesta, el 56 por ciento de los catalanes decían que no votarían nunca por el partido del presidente catalán. El apoyo para la secesión de Cataluña, pues, está muy lejos de ser abrumador.

En las elecciones de 2015 en el Parlamento de Cataluña, varios partidos separatistas catalanes formaron una alianza que llamaron «Juntos por el Sí», y prometían implementar una hoja de ruta unilateral a la independencia independientemente de la oposición del gobierno español. Recibieron el 40 por ciento de la votación y lograron formar un gobierno con el apoyo de la línea dura de la Candidatura de Unidad Popular, que aboga por la secesión sin contemplaciones. En total, los partidos que apoyaban la independencia catalana obtuvieron el 48 por ciento de los votos.

Inicialmente, un referéndum no era parte del plan. Los líderes separatistas catalanes afirmaron que las elecciones ya los daban un mandato para la secesión. Pero el plan cambió y, en junio, el gobierno catalán anunció que haría algo que la mayoría de los catalanes apoyaban: celebrar un referéndum.

Sin embargo, decidió hacerlo a pesar de la oposición de Madrid. Esta posición es mucho menos popular entre los catalanes. En la encuesta más reciente del CEO, mientras el 71 por ciento de los catalanes apoya un referéndum, sólo un 48% defiende celebrar uno que tenga la oposición del gobierno español.

De todos modos el gobierno catalán persistió. Estaba claro que el referéndum daría lugar a un conflicto. Aunque el PP está más abierto a compromisos a raíz de que perdió la mayoría absoluta en 2016, continúa oponiéndose a permitir que Cataluña vote sobre la separación.

Mi investigación muestra que el enfrentamiento entre los separatistas y el gobierno nacional español puede ayudar a la causa secesionista. En 2016, antes de esta batalla más reciente sobre la independencia, desarrollé experimentos en España que mostraban cómo el conflicto partidario refuerza el apoyo al nacionalismo catalán.

Dos experimentos mostraron hasta qué punto el conflicto partidista puede polarizar opiniones. Estos experimentos implicaron muestras de personas en Cataluña y Galicia, otra región española donde el nacionalismo está presente. Un grupo de personas simplemente leyó la posición de su partido preferido sobre un tema nacionalista. Pero otro grupo leyó sobre las posiciones conflictivas de su partido preferido y las de un partido que no les gustaba.

No sólo la lectura de conflictos entre partidos tendió a polarizar opiniones, sino que hizo que las personas prefirieran un partido nacionalista con una posición nacionalista más radical. Esto fue especialmente cierto entre las personas que se identificaban tanto con su región como con el país en general. Esto es muy importante, porque incluso en las regiones españolas con un importante apoyo hacia la independencia, la mayoría de la gente se identifica con España y su región. Por ejemplo, el 69% de los catalanes se identifican con Cataluña y España.

Aún más relevante es un segundo experimento. Todos los encuestados leen sobre el plan de independencia unilateral del gobierno catalán. A la mitad de los encuestados se les dijo que el PP se oponía. Los catalanes que se identifican con Cataluña y España fueron más partidarios de la independencia si leyeron sobre la oposición del PP. ¿Por qué? Porque el Partido Popular es extremadamente impopular en Cataluña. El 85% de los catalanes dice que nunca lo votarán.

En resumen, los catalanes no son separatistas recalcitrantes. Muchos no admiten la secesión, y especialmente un movimiento unilateral hacia la secesión. Muchos se identifican con Cataluña y España. Estos sentimientos fueron visibles en las personas durante la concentración del pasado domingo en apoyo de un estado español unificado.
Pero el conflicto entre los partidos nacionalistas catalanes y el gobierno central puede empujar incluso catalanes ambivalentes hacia la independencia. De esta manera, los líderes nacionalistas de Cataluña tienen un incentivo continuado para provocar esta disputa con el gobierno español.

Eric Guntermann es investigador post-doctoral en la Universidad de Montreal –artículo aparecido originalmente en el Washington Post, 11 de octubre de 2017