Cuando se habla de convertir España en un estado federal, no estamos hablando de centralizar más o menos. Estamos hablando de caminar desde el estado unitario o el estado-nación, propio del siglo XIX hacia un estado federal de soberanías compartidas al estilo alemán
El Estado de las Autonomías ha comportado la evolución del Estado Español, unitario y centralista, hacia un estado profundamente descentralizado en cuanto al gasto. A veces da la impresión de que ya no se puede descentralizar más.
Sin embargo, la respuesta desde algunos sectores provenientes de la periferia peninsular es la demanda de mayor autonomía o independencia y se acusa al gobierno central de ser centralista. Por otra parte, cuando se pregunta a los ciudadanos, siempre hay una parte que pide más centralización y otra que pide una mayor descentralización. Paralelamente al proceso de cesión de soberanía hacia la Unión Europea, nos desangramos internamente, inmersos en una discusión perenne que no parece terminar nunca.
Cómo puede ser que estemos federalizante Europa y pretendamos separarnos con la excusa de que queremos ser más soberanos? Cómo es posible que siendo uno de los países más descentralizados del mundo pedimos descentralizar aún más? Son contradictorias las tendencias centrípetas y centrífugas moviéndose a diferentes niveles? ¿Por qué no somos capaces de superar la discusión? ¿Por qué nos mostramos tan pasionales y somos incapaces de escuchar? Quizás estamos situados en un paradigma erróneo?
Es verdad que España ha descentralizado mucho. Pero también es verdad que la coordinación política entre Autonomías no es la mejor, ya que en las decisiones que afectan a todos, en casi nada participan las comunidades autónomas. También es verdad que en lo que afecta a nuestra participación en Europa, las decisiones no son coparticipadas, como sí ocurre en otros países federales como Alemania. Por tanto, a pesar de disfrutar de mucha descentralización nuestro estado padece de un defecto que hace que parezca poco democrático. Sin embargo, ninguna de las dos respuestas que se dan -centralització versus independencia- parecen las apropiadas: no solucionan los problemas que nos afectan y en discutirlas producen aún más enfrentamientos.
El nacionalismo independentista plantea una salida engañosa a esta situación, porque continúa con un modelo de estado como el actual. Aunque propone un estado más pequeño, el independentismo no cambia para nada el modelo de Estado en la toma de decisiones, que continuaría siendo unitario. La falacia también se encuentra, por parte del nacionalismo separatista, en la postergación de la solución de los problemas que nos afectan en el momento de la subdivisión territorial, bajo el mantra de una pretendida homogeneidad cultural que nos sitúa como «diferentes» ante el resto de españoles.
Sin embargo, tampoco el nacionalismo centralista nos soluciona el problema, aunque descentralice el gasto, porque el modelo de la toma de decisiones sigue sin ser compartido en los asuntos que nos afectan a todos y la percepción global es que hay que democratizar el sistema.
Cuando se habla de convertir España en un estado federal, no estamos hablando de centralizar más o menos. Estamos hablando de caminar desde el estado unitario o el estado-nación, propio del siglo XIX hacia un estado federal de soberanías compartidas al estilo alemán. Cuando decimos que Bruselas decide, en realidad nos referimos a que los 28 estados que componen la Unión Europea han discutido, votado y acordado llevar adelante determinados acuerdos, de los cuales los diferentes países se sienten corresponsables. En muchos casos, esto significa cesión de soberanía (euro, Shengen, Banco Central Europeo, etc.), pero la toma de decisiones se hace de forma coordinada. A pesar de la cesión de autonomía hacia Europa (sentido centralizador) y que actualmente más del 80% de la legislación española nos viene condicionada por la europea, sólo el 1% del PIB se ha cedido a la UE. Pero a pesar de no compartir el presupuesto, la Unión Europea continúa construyéndose como estado federal, al igual que lo son los EE.UU., India, Australia, Brasil, México o Alemania. Si no queremos pasar a tercera división, estamos en un camino sin retorno, porque todo hace prever que dentro de 15 años la toma de decisiones a nivel mundial dependerá de los países grandes, en su mayor parte organizados como estados federados.
A diferencia de Europa, en nuestro estado autonómico la descentralización del gasto es máxima, aunque la recaudación es compartida, pero los aspectos comunes que afectan a todos los españoles se toman centralizadamente. La solución no pasa por dividirnos, sino para democratizar hacernos, pero no con más descentralización del gasto, sino con más coparticipación en la toma de decisiones que afectan a los españoles, tanto en clave interna como a nivel europeo.
Lo que distingue el nacionalismo del federalismo es la naturaleza de las relaciones que se establecen en la toma de decisiones de cada una de sus partes, no las dimensiones territoriales donde estas se toman. Como tampoco se definen las unidades de la toma de decisiones para la homogeneidad cultural, porque cada vez más, las sociedades son más plurales y las identidades son compartidas. Por lo tanto la solución no está en si somos una única nación o somos plurinacionales, ni en subdividir el territorio buscando la homogeneidad interna, ni en defender la indivisibilidad a ultranza, ambos conceptos derivados del estado-nación.
Hay que cambiar el paradigma de la discusión, la solución está en aprender a organizar la diferencia en la globalidad. Es decir, en modernizar el modelo democrático de la toma de decisiones: movernos hacia las soberanías compartidas y hacia la lealtad y la corresponsabilidad cuando las decisiones ya se hayan tomado.
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