Federalistas en los mediosOpinión

Enterrar el federalismo, considerarlo una utopía, es la opción de los nacionalistas de todos lados. Blandirlo como la mejor propuesta para articular la convivencia y la gestión justa y solidaria de los intereses, ilusiones y derechos de catalanes, españoles, europeos y ciudadanos del mundo es no solo posible sino imprescindible (En respuesta al artículo ‘Federal, imposible; plurinacional, quizás‘, de Xavier Bru de Sala, en ‘El Periódico, del 26 de febrero)

 

Más del 40% de la población mundial vive en federaciones. La mayor parte de la gente que vive en democracia lo hace en federaciones. Algunas de las democracias más grandes y estables son federales: Estados Unidos, Canadá, Alemania, Brasil, la India, Australia o México.

La palabra federalismo viene del latín. Es la suma de foedus (pacto) y fides (confianza). Es un acuerdo de unión entre varias entidades territoriales que comparten un gobierno a muchos niveles y con el máximo autogobierno legislan y gestionan las competencias que han acordado mediante su Constitución. Muchas federaciones surgieron como resultado de la suma de entidades territoriales que estaban separadas, como el caso de Estados Unidos. En otros casos, como el de Bélgica, la federación surgió a partir de estados unitarios que adoptaron estructuras federales.

El objetivo de las federaciones es lograr el bienestar de todos. El nacionalismo tiene tendencia a interesarse solo por los suyos. El federalismo tiene en cuenta la pluriidentidad de las personas y la pluralidad que caracteriza a todas las ciudadanías. Como decía la filósofa Hannah Arendt , «todos los seres humanos somos plurales; solo los totalitarismos han deseado que fuéramos idénticos».

A partir de la primera mitad del siglo XX, la Europa federal ha sido el sueño de muchas generaciones, como forma de lucha contra las divisiones y tragedias que han afectado al continente durante siglos.

España ha avanzado desde el fin de la dictadura en el autogobierno de sus comunidades autónomas. Algunas tienen más competencias que algunos estados federales. Falta, sin embargo, un Gobierno compartido en todos los niveles, que tome las decisiones de forma mancomunada y no por imposición central. Un Senado convertido en una cámara territorial con respeto y ejercicio de la pluralidad de lenguas. Unas reglas de financiación e inversión territorial claras y transparentes que promuevan la equidad y la eficacia y que tengan en cuenta el principio de ordinalidad y los cambios demográficos de la población. Una cultura federal de cooperación y no de confrontación entre comunidades autónomas. Un reconocimiento de la diversidad cultural y lingüística en el conjunto del Estado.

El Estado-nación está obsoleto para hacer frente a los grandes retos del siglo XXI como la desigualdad, el cambio climático o la inestabilidad financiera de los mercados internacionales. El nacionalismo está obsoleto. Los entes nacionales existen pero no sirven para construir sociedades más justas y solidarias. Afirmar que España es un país plurinacional es constatar lo que ya sabíamos. Afirmar que la solución federal es imposible es pretender condenar a Catalunya, España y Europa al fracaso.

Si solo se pretende ganar votos, elecciones, prebendas económicas o laborales, fomentar la división y excitar bajas pasiones, el nacionalismo es la herramienta perfecta. Si se quieren construir sociedades dialogantes, que avancen juntas hacia el mejor mundo posible y deseable, la apuesta más acertada es el federalismo.

La gran preocupación de los padres de la Constitución estadounidense Alexander Hamilton y James Madison , y también de Pi i Margall , fue defender la doble o triple lealtad a la tierra propia y a las de otras naciones o territorios federados y preservar la libertad y el autogobierno de las unidades federadas, evitando que nunca haya ninguna dominación de las mayorías sobre las minorías. La libertad como no dominación ha sido la tesis de la filosofía política del irlandés Philip Pettit , es la fórmula que se practica en la mayoría de estados federales y es la que deseamos para España y para Europa.
El federalismo no es solo una forma de organizar la convivencia política e institucional, sino que también es una forma de cultura en la que dominan el respeto al otro, el diálogo, la capacidad de negociar, la empatía y la solidaridad. Precisamente, en las negociaciones actuales para la investidura se pondrá de manifiesto quién presenta y ejerce actitudes federales y quién piensa todavía en la vía jerárquica para controlar las sociedades. La regeneración democrática pasa por el cambio federal.

Que haya mucha gente que se oponga al federalismo –en Catalunya y España– es, precisamente, por culpa de un nacionalismo mal entendido y peor practicado. Enterrar el federalismo, considerarlo una utopía, es la opción de los nacionalistas de todos lados. Blandirlo como la mejor propuesta para articular la convivencia y la gestión justa y solidaria de los intereses, ilusiones y derechos de catalanes, españoles, europeos y ciudadanos del mundo es no solo posible sino imprescindible. Es el camino de la esperanza y de la ilusión para avanzar construyendo puentes y alianzas y derribando fronteras.

El Periodico, 03 de marzo de 2016