Opinión

La ley, que en democracia está para cumplirse, pero también para cambiarse, sirve para conjurar esos peligros, canalizando de manera pacífica y razonable los conflictos potenciales. Quizá porque también llevan 150 años de democracia ininterrumpida, los canadienses así lo entendieron. El resultado fue la llamada Ley de Claridad, un instrumento revolucionario que resolvió ejemplarmente el problema de Quebec y que, si los independentistas ganan de forma inequívoca las elecciones catalanas, deberíamos adaptar aquí

“La pésima educación” (El País, 11.de septiembre de 2015)