La arquitectura institucional óptima para el mundo del siglo XXI no la conoceríamos con exactitud ni creando las mejores comisiones de expertos, pero no puede ser la del año 1789, ni la de 1914. De hecho, esta nueva arquitectura institucional ya se ‘está creando, como explica muy bien el politólogo Josep M. Colomer, hace unos años premiado por la Fundación Trias Fargas y hoy tomando nota de un mundo que deja atrás los estados-nación
Los soberanistas catalanes y españoles tienen un problema: la soberanía nacional ha dejado de existir, el estado-nación está obsoleto. Nadie tiene ya el monopolio de la soberanía. Los estados siguen existiendo (y algunos con mucho entusiasmo pero poca imaginación quieren hacer nuevos), pero al menos en Europa son como aquellos órganos del cuerpo que algunas especies siguen arrastrando cuando ya han perdido gran parte de su utilidad. El ruido que hacen sus defensores impide por el momento explorar a fondo las alternativas, invertir en la I + D de la innovación institucional. Pero sólo por el momento.
En la Unión Europea y especialmente en la zona euro hoy lograr la «independencia» de un territorio parte de un estado miembro (es decir, dividir un estado-miembro en dos) por la vía legal no tiene precedentes, es casi imposible . Y, si se me permite la exageración, por la vía ilegal es aún más difícil. Habría una gran mayoría hoy inexistente, un consenso realmente transversal, una gran capacidad de sacrificio compartida por una mayoría robusta y duradera, y además, un contexto internacional propicio, con aliados de peso. Hoy de aliado no hay ninguno. Si se consiguiera este imposible, tal vez (todo es muy incierto) a largo plazo (a corto, es decir, durante años, seguro que no: ver incluso el ultra-optimista último estudio del CIDOB al respecto) el bienestar de 8 millones de personas en promedio mejoraría marginalmente en comparación con los vecinos. Pero los grandes problemas de la humanidad, que también son nuestros, seguirían donde están.
Como explica Hendrik Spruyt en «The Sovereign State and Its Competidores» hace quinientos años los estados-nación ganaron la batalla evolutiva institucional por encima de otros rivales, como las ligas de ciudades o las ciudades-estado, o el feudalismo, o los imperios sin fronteras precisas. Los estados-nación basados en el monopolio de la soberanía y la fuerza dentro de un territorio donde se imponía una homogeneidad cultural, eran funcionales al crecimiento económico, creando mercados con economías de escala protegidas por la fuerza.
Hoy han dejado de ser funcionales ante los grandes problemas de la humanidad y ante la diversidad de nuestras poblaciones en cualquier territorio por pequeño que sea. Son viables (como también lo son los condominios con seguridad privada), pueden aislarse durante un tiempo a una minoría exigua de la humanidad de los grandes problemas que nos aquejan, pero sólo creando grandes agregados democráticos los ciudadanos pueden influir seriamente en la solución de estas grandes cuestiones. Estos grandes problemas los conocemos, y los compartimos con el resto de españoles y europeos: el paro, las desigualdades, la corrupción, el fraude fiscal, el cambio climático, la inestabilidad financiera, las migraciones, las nuevas y viejas formas de inseguridad.
Cómo se organiza la soberanía no es una cuestión más, es un pre-requisito para resolver los grandes problemas de la humanidad. No tiene ningún sentido decir que estos se quieren resolver y que se es agnóstico respecto a la organización de las soberanías. La arquitectura institucional óptima para el mundo del siglo XXI no la conoceríamos con exactitud ni creando las mejores comisiones de expertos, pero no puede ser la del año 1789, ni la de 1914. De hecho, esta nueva arquitectura institucional ya se ‘está creando, como explica muy bien el politólogo Josep M. Colomer, hace unos años premiado por la Fundación Trias Fargas y hoy tomando nota de un mundo que deja atrás los estados-nación. En Europa, ni siquiera Alemania es soberana: a menudo no puede imponer su política deseada al Banco Central Europeo. Y en realidad lo acepta, porque sabe que sola no pintaría nada en el mundo.
Esto no debe ir en detrimento del principio de subsidiariedad. Los problemas colectivos tienen diferentes dimensiones: para algunos problemas las instituciones actuales seguirán siendo útiles y seguirán siendo el primer candidato para resolverlos, pero para un número creciente de problemas, quizás para los más importantes para el bienestar de las clases populares, ya no.
Es todo esto negativo para Cataluña y para el catalán? No si sabemos jugar nuestras cartas, no si nos deshacemos del mito del estado-nación. Esto a algún lector le puede parecer hoy anatema. Pero creo francamente que a medida que vea como pasan los meses y los años sin que el mito del estado nuevo fructifique, quizá recordará artículos como este, y verá que no valía la pena perder tanto tiempo y tantas energías. Porque hay alternativas en el estado-nación.
Cataluña tiene todas las de ganar en una Europa sin fronteras donde los estados actuales cedan soberanía al nivel europeo (ya lo están haciendo, con el euro y los mecanismos surgidos a raíz de la crisis: el problema es que no son lo suficientemente democráticos, sino que no existan) y queden como un nivel de gobierno más, no necesariamente con más poder que los niveles regionales o locales, donde las monarquías conviertan algo residual, folclórico y turístico, como los reyes de las tribus sudafricanas. Si se refuerza el nivel comunitario y, sin quebradizas legales ni incertidumbres, nos ganamos mucha más libertad por debajo del nivel europeo (con euro-regiones o jurisdicciones funcionales en la lógica de la programación por objetivos), haciendo las cosas bien, una sociedad con tradición de apertura, creatividad y cosmopolitismo, tendría todo el viento a favor. Por ejemplo, tendríamos el viento a favor para hacer del catalán una de las grandes lenguas de Europa, lo que no haremos nunca sólo desde Cataluña y por oposición a otros idiomas demográficamente más potentes, y algunos también nuestros, pero sí con el apoyo de baleares, valencianos, y lo que queda de los estados español, francés e italiano, y también con el apoyo de los grandes poderes europeos, a cambio de jugar un papel constructivo y decisivo en el camino definitivo hacia la federación europea. Si no es así, si el catalán sólo es defendido por un condominio a la defensiva y aislado, pero rodeado por grandes presiones migratorias y de seguridad en medio del Mediterráneo, gradualmente perderá fuerza, como tantas lenguas minoritarias.
Hace más de quinientos años, los estados-nación eran una posibilidad más en un contexto de gran diversidad institucional. Se hicieron hegemónicos, han llegado a dominar todo el planeta excepto el continente antártico, pero hoy están terminando su ciclo histórico. Es hora de volver a la diversidad institucional, esta vez en un contexto de unidad europea, de cooperación y de democracia.
Francesc Trillas, Profesor de la UAB y miembro de la Junta de Federalistes d?Esquerres
«Catalunya després de l’estat nació», Ara, 22 de agosto de 2015