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En política, discutir, debatir, no debería ser sinónimo de dar voces, de humillar al adversario. Si nos acostumbrásemos a unos debates donde no se considere vencedor a quien más ha levantado la voz o a ninguneado más al contrincante, quizás no nos extrañarían tanto los abrazos entre representantes de diferentes opciones políticas

Alicia Sánchez Camacho es una bestia parda para el soberanismo catalán. Cuando interviene en el Parlamento se palpa la desazón y la crispación en parte del hemiciclo, sobre todo en los escaños de CiU y ERC. En la Comisión de Investigación por el caso Pujol, CiU y ERC han insistido en convocarla y la esperan con las garras preparadas para reprocharle el confuso lío de la grabación secreta de la conversación en el restaurante La Camarga entre ella y laex-compañera de Jordi Pujol Ferrrusola.

Un abrazo entre la presidenta del PP catalán y el presidente de ERC, Oriol Junqueras, era, por tanto, poco previsible. Pero se ha producido. Ha sido a raíz de la muerte en el accidente de avión en los Alpes de Ariadna Falguera, compañera del jefe de gabinete de Junqueras, Luis Juncà. Ese abrazo improvisado y sentido ha sido, en un momento tan triste y doloroso, una buena noticia para la política catalana.

La agresividad entre los políticos es, a menudo, excesiva. En ocasiones, hay quien intuye que hay un mucho de comedia tras debates marcados por los insultos y las actitudes despectivas. «Dentro del hemiciclo se dicen de todo y después, a la salida, son tan amigos», critican los desconfiados. El problema no está en la cordialidad cuando las cámaras de televisión no les enfocan sino en la altivez, el desdén y los improperios cuando están en marcha.

Tras los debates de campaña electoral o de las confrontaciones parlamentarias es habitual hacer sondeos para preguntar a la gente quien cree que los ha ganado. A menudo se considera ganador a quien más ha gritado o más insolente se ha mostrado.
En política, discutir, debatir, no debería ser sinónimo de dar voces, de humillar al adversario. Si nos acostumbrásemos a unos debates donde no se considere vencedor a quien más ha levantado la voz o a ninguneado más al contrincante, quizás no nos extrañarían tanto los abrazos entre representantes de diferentes opciones políticas.

Cuando el diputado de las CUP David Fernández se abrazó con el presidente de la Generalitat, Artur Mas, tras la consulta del 9N muchos nos quedamos descolocados. Después descubrimos que Fernández es un apasionado de los abrazos, lo cual suelen constatar los que se acercan a saludarlo.

El abrazo entre Sánchez Camacho y Oriol Junqueras no era una constatación de las coincidencias entre dos miembros de la «casta» sino la solidaridad entre dos personas heridas por el dolor.Si los políticos se abrazaran más y gritasen menos, probablemente los consideraríamos más normales, más cercanos a nosotros. Y ello no afectaría para nada las distancias ideológicas que los separan.
Eso sí, Alicia Sánchez Camacho, el día que comparezca en la comisión del caso Pujol, más vale que no espere recibir muchos abrazos.

(El Periodico, 29 de marzo de 2015)