El proceso, que algunos querrían que condujera a la convocatoria de un referéndum
de autodeterminación, ha sido concebido, desde el momento de su arranque, como
una batalla por la opinión pública. Esta batalla se dirime a diario en los medios de
comunicación de masas, donde el soberanismo se ha empleado a fondo en ofrecer
un relato que pueda resultar atractivo para el consumidor medio, ya sea ofreciendo
mitos ilusionantes para los ya convencidos, ya sea aportando elementos potenciales
de tranquilidad e ilusión para un gran número de ciudadanos que hasta hace no mucho
se habían mostrado escépticos o totalmente desinteresados respecto al proyecto
independentista tradicional. Esta batalla es la que presenciamos todos a diario, y la que
acostumbra a ser objeto de atención por parte de las intervenciones públicas de tertulianos
y comentaristas contrarios al soberanismo.
Pero en el trasfondo de esta batalla, se juega otra, tanto o más importante que la primera:
la batalla por la hegemonía epistémica. En esta batalla no intervienen necesariamente
los mismos protagonistas que en la primera, aún cuando a veces, algunos personajes
multiplican su presencia en las dos esferas. La batalla por la hegemonía epistémica
se libra en informes firmados por académicos de prestigio, en trabajos publicados en
revistas científicas de derecho, historia o ciencias sociales, en seminarios y jornadas
convocadas por universidades catalanas, del resto del estado, e incluso en algunas de
las universidades internacionales más conocidas del mundo, como Harvard o la London
School of Economics.
En esta batalla, investigadores, profesores universitarios y personas expertas se esmeran
en demostrar que el proyecto soberanista es (o no es) económicamente viable, encaja (o
no encaja) en los marcos jurídicos vigentes, se justifica (o no) en principios filosóficos de
justicia legítimos, tiene raíces históricas más o menos profundas, cuenta (o no cuenta)
con el suficiente apoyo sociológico o electoral, pone (o no pone) en peligro la convivencia,
etc. La batalla es cada vez más intensa y equilibrada. Pero esto no había sido así hasta
hace poco. Mientras la comunidad epistémica soberanista contaba con una maquinaria
muy bien engrasada, no pasaba lo mismo entre aquellos que se oponían al soberanismo,
que intervenían en el debate de manera intermitente y a título personal, enfrentándose
a corrientes dominantes en sus respectivos departamentos y universidades. El músculo
que ha exhibido la comunidad epistémica soberanista le ha permitido mantener durante
bastante tiempo una ventaja substancial en la construcción de narrativas que pretenden
basarse en lógicas de análisis científico. Profesores de las principales universidades
norteamericanas (Harvard, Princeton, Columbia, etc.), agrupados en colectivos (el más
conocido es Wilson), y algunos de las primeras espadas en la investigación social en
Cataluña, han presentado argumentos y ofrecido la pátina científica que necesitaban
los políticos nacionalistas para hacer proclamas y propuestas que han impulsado el
Proceso. En los últimos años, pese a la austeridad y los recortes del gasto público en
universidades, estos investigadores han tenido en Cataluña oportunidades insólitas para
desarrollar espacios de investigación de “excelencia” financiados con dinero público (y
también privado), cuando no han sido catapultados a cargos de responsabilidad en
centros y programas académicos de nueva creación como la Barcelona Graduate School
of Economics, vinculada al conseller Andreu Mas Collell.
También se les ha concedido protagonismo en las estructuras “de Estado” de nueva
creación, como el Consejo Asesor por la Transición Nacional, o el máster para futuros
diplomáticos catalanes que ofrece el Instituto Barcelona de Estudios Internacionales. La
contundencia con que esta vanguardia intelectual del soberanismo ha expresado su
apoyo al Proceso, poniendo su conocimiento y aureola al servicio de la causa, ha
representado probablemente un factor de intimidación para otros académicos. A día de
hoy, algunos de estos investigadores se han convertido en auténticos empresarios
políticos, claves en la movilización soberanista, con notable proyección pública en los
medios de comunicación generalistas públicos y privados. En los últimos meses, bastantes
de estos académicos han trasladado el debate a la ciberesfera, donde han abierto blogs (o
se han sumado a otros de carácter colectivo), e incluso cuentas de Twitter, y Facebook.
En esta historia no hay que olvidar el trabajo que se ha hecho lejos de los focos.
Los discípulos más jóvenes de estos profesores senior, investigadores precarios y
doctorandos, han realizado un trabajo sucio extraordinario, animados tanto por sus
convicciones nacionalistas como por expectativas de futuro en un mundo universitario
donde la consolidación profesional depende todavía en buena medida de cultivar buenas
relaciones de apadrinamiento y tutela intergeneracional. En este proceso, la
administración pública y los partidos nacionalistas han aportado premios, oportunidades de
financiación y espacios editoriales donde estos investigadores más jóvenes han podido
publicar sus primeros trabajos, alimentando curriculums que de otra manera hubieran sido
más difíciles de construir. Estos investigadores han respondido con entusiasmo a estos
incentivos, creando blogs de análisis económico, político y sociológico que han proyectado
el relato académico pro-soberanista más allá de las fronteras de la universidad, y
participando activamente en columnas periodísticas y otros espacios virtuales.
La administración pública ha creado condiciones propicias para que el Proceso, en sus
diversas expresiones, se convirtiera en un campo preferente de investigación social.
Ha promovido estratégicamente líneas de investigación (por ejemplo, sobre balanzas
fiscales), ha financiado jornadas y seminarios (por ejemplo, el controvertido España contra
Cataluña) y ha puesto a disposición de los investigadores datos con los que alimentar
sus análisis. Así ha sucedido, por ejemplo, con los barómetros del Centro de Estudios de
Opinión (CEO), y en particular con las preguntas sobre identidad y preferencias alrededor
del proceso soberanista. La producción pública de datos demoscópicos sobre estas
cuestiones ha posibilitado la proliferación de análisis sobre la evolución de actitudes y
orientaciones de los catalanes, que a menudo se han hecho con insuficiente preparación
técnica y/o sin las necesarias cautelas metodológicas. Aun cuando la calidad de las
muestras de los barómetros del CEO deja mucho que desear —deficiencias que provocan
una clara sobre-representación de los entrevistados potencialmente pro-soberanistes—
esto no ha sido obstáculo para que politólogos y sociólogos nacionalistas se lanzaran a
dar por buenas evidencias muy frágiles (cuando no sesgadas) sobre la opinión pública
catalana, que posteriormente han sido incorporadas al debate mediático como si fueran
hechos científicamente probados y, por lo tanto, indiscutibles.
Cataluña ha vivido lo que la socióloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann denomina
espiral del silencio, proceso en el cuál muchos ciudadanos (académicos e intelectuales
incluidos) han adaptado su comportamiento a las actitudes predominantes sobre aquello
que es y no es aceptable decir y defender. Los relatos pseudo-científicos generados por la
vanguardia intelectual del soberanismo han contribuido poderosamente a este silencio. En
un contexto como el descrito, apartarse del discurso dominante sobre el Proceso comporta
riesgos, tanto en el ámbito académico como en la sociedad en general. Como nos han
indicado recientemente los datos del barómetro que realiza GESOP para El Periódico, casi
el 30% de catalanes no independentistas se sienten incómodos para expresar libremente
sus ideas. En determinados espacios, emitir opiniones críticas sobre el Proceso no sólo es
visto y denunciado como un gesto anti-democrático contra el sentir de la mayoría de los
catalanes, sino como una maniobra obscurantista, que niega evidencias presuntamente
incontrovertibles sobre derechos inalienables de los pueblos, el expolio fiscal que sufre
Cataluña o la desafección de los catalanes respecto a España. Son acusaciones
devastadoras y potencialmente estigmatizadoras en el mundo académico, que han hecho
que muchos profesores e investigadores extremaran todas las precauciones antes de
pronunciarse en un sentido “inapropiado”. Afortunadamente, en una atmósfera hostil, no
han faltado aquellos que han osado denunciar en voz alta –pero sin los mismos
amplificadores– que el rey va desnudo. Y, gracias a ellos y ellas, ya somos muchos los
que no lo vemos vestido de púrpura dorada.
«Esquerra sense Fronteres», 1 de desembre.