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La imposición de un Estado unitario y centralista se ha demostrado ineficaz e inviable para gobernar la España plural formada por diversas identidades, tradiciones y territorios con voluntad de autogobierno. La España de las Autonomías ha hecho progresar a España en los últimos treinta años como en ningún otro período en la historia, pero necesita desarrollarse hacia un Estado federal que permita el máximo autogobierno de sus partes y un verdadero gobierno compartido, si quiere dar una respuesta eficiente a sus ciudadanos y ciudadanas. Sin embargo, el federalismo en España no se ha entendido como unión en la diversidad sino como separación.

La democracia española de la Transición no se construyó federal y repudió tanto el nombre como la etiqueta, porque sus resonancias históricas parecían negativas y enigmáticas. Nadie sabía demasiado bien qué era un sistema federal, por ello la Constitución propició una forma de autonomismo, con connotaciones tímidas y vergonzantemente semi federales. Hoy tal estructura de Estado aparece como problemática e incluso como causa de los males colectivos de España y de Cataluña. Desde la derecha más uniformista se pretende corregir los excesos descentralizadores que, dicen, han generado el llamado Estado de las Autonomías, de perfume federal; desde el independentismo nacionalista se califica al mismo Estado de poco descentralizado y se le señala como el origen de una opresión constante y frustrante para las aspiraciones colectivas de las respectivas naciones.

Ambas opciones no parece que admitan alternativa válida alguna y, a la vez, desprecian el federalismo como conciencia colectiva, como ética compartida y como forma de pactar la convivencia de las partes del Estado, a un tiempo sustancialmente iguales y sustancialmente ligadas a sus singularidades. El instrumento para revitalizar una verdadera alternativa únicamente puede ser el federalismo, estrechamente ligado al catalanismo político en otros momentos históricos, al que debemos enriquecer ahora con las razones y sentimientos del presente: reformular y actualizar los acuerdos explícitos y las complicidades tácitas que dotaron de sentido al Estado de las Autonomías hace más de treinta años exige ahora una dimensión plena e intensamente federal. Hoy en día sigue siendo la solución práctica y política más razonable para controlar las tensiones internas y explotar las sinergias obvias del presente. Todo ello en el seno de una Europa Federal en la que el federalismo garantice la pluralidad y el protagonismo de ciudadanos y ciudadanas, naciones y regiones, para contrapesar y limitar el de las tecnoetructuras gobernantes y administrativas y el predominio agobiante de los Estados, que menosprecian naciones, culturas  y pueblos.

El federalismo que construimos y queremos compartir no es una propuesta de moderación ni de prudencia; no es la bandera desteñida de la resignación ni de la rutina. Es todo lo contrario: hoy la valentía consiste en llamar la atención sobre los reyes desnudos, tanto el del sueño recentralizador como el del sueño de la independencia, porque ninguno de ellos puede prometer ni garantizar una forma de prosperidad económica, social y cultural mayor que la conseguida hasta el momento en que explotó la insolidaria crisis abierta hace siete años, todavía mal curada y que, como siempre, sigue cargando fundamentalmente sobre los sectores más desprotegidos y menos responsables de su aparición.

El federalismo armoniza las diferencias territoriales de un mismo Estado porque nace de una ética de la fraternidad solidaria; aspira a neutralizar las distancias económicas y sociales y a distribuir de forma más justa y equilibrada tanto las competencias como los beneficios. Gran parte del independentismo catalán nace como estrategia de autoprotección contra la crisis, como escudo de defensa contra la ayuda económica a otras regiones españolas a las que acusa de beneficiarse con la riqueza robada a los catalanes. Invertir esta lógica significa retomar el federalismo como ética de una izquierda solidaria que no puede dejar tirados a quienes menos tienen.

El federalismo en sí mismo no es de derechas ni de izquierdas, pero en la España de hoy es una opción de izquierdas porque no se resigna a favorecer a la sociedad más poderosa para que siga siendo más prepotente y a perjudicar a la sociedad más pobre hasta que llegue a la miseria. Por este motivo la bandera del federalismo va ligada hoy en día a las aspiraciones de una izquierda, aún muy débil en toda Europa. Por eso, frenar el fraude fiscal es una lucha federal; sajar la corrupción estructuralmente consentida es una lucha federal; la protección y transformación del Estado del Bienestar es una lucha federal; la aprobación de una nueva ley de partidos y su financiación, y de una nueva ley electoral (en Cataluña, vergüenza nos da recordarlo, de su primera y propia ley electoral, pendiente desde hace 34 años por el enfrentamiento partidista de los grupos parlamentarios) son también luchas federales. Esos son los mimbres de un proyecto federal para el momento presente.

Ninguna de estas medidas puede ser una propuesta accidental y menor en un programa político. La izquierda debe explicitar el significado político y social del federalismo como instrumento para armonizar las diferencias de familia, clase y horizontes vitales: para que la igualdad de oportunidades de los ciudadanos no siga siendo retórica; para que el fraude a Hacienda empiece a condenarse como pecado insolidario capital sólo perdonable con la restitución; para que la percepción de una solidaridad activa del Estado con los más desfavorecidos encuentre su expresión en una España social y federal.

Firmantes: Joan Botella, Victoria Camps, Manuel Cruz, Laura Freixas, Jordi Gracia, Carlos Jiménez Villarejo, Ismael Pitarch, Carme Valls-Llobet.

Adhesiones: espanasocialyfederal@gmail.com

El texto de esta manifiesto fue reproducido por los diarios El Periodico y El País el 11 de diciembre de 2014

Adhesiones:

Pau Pérez de Acha

Ferran Pedret i Santos

Vladimir López Alcañiz

Adrià Casinos Pardos

Salvador Redón Cuenca

Saul Mario Gelman

Higini Polo

Santiago Barreras

Daniel Inglada

Francisco Sanchez Perez

Jordi Casas i Roca

Manuel Zaguirre

Rafael Sainz Alvarez

Rosario Fontova

Armand Balsebre

Jorge Picó

Pablo de la Torre Moral

Ignacio García Marín

Francisco Ortiz Pinta

Jordi Marí

Jon Arrizabalaga Valbuena

Jordi Garcia-Petit i Pàmies

Jorge Luis Molist

Marisa Calés-Bourdet

Aurora Jorquera Hernamdez

Andreu Llabina

Ricardo Fernández Aguilá

Albert Martí Parera

Mariano Baratech Ramírez

Santiago Vallejo Braun

Antoni Mirada i Canals

Miquel Porta Serra

José Luis Prados Valles

Imma Fuster

Manuel Santirso Rodríguez

Fede García

Jaume Esteve

Juan Ignacio Marín Arce

Carmen Azcárate

Lluís Podadera Artero

José Ignacio Rojas

Montserrat Ballarín Espuña

Ramom Collado

Joan Corbera Palau

Graziella Baravalle

Santiago Ponseti

Ricard Cayuela

Pere Ysàs Solanes

Albert Bramon Vives

Josep Anton Blasco

Ana Hidalgo

Marga Ezkieta

Alain Jorda

Ma Carme Prunes Colomes

Francisco Guisado

Josep Julià Antón García

José Antonio Morales Rodríguez

Esteve Cardellach López

Enrique Senabre

Guillermo Basso de Ros

Joan Nieto Comajuncosa